Una de las funciones menos conocidas de los miles de satélites que sobrevuelan el planeta Tierra tiene que ver con la agricultura y, en particular, con la agricultura de precisión, que optimiza las cosechas con la ayuda de la tecnología aeroespacial y la geolocalización.
Los grandes vinicultores pueden, por ejemplo, monitorizar las necesidades de sus cosechas y tomar las decisiones oportunas en función de los datos suministrados vía satélite. Las fotografías tomadas por los satélites facilitan el conocimiento de la temperatura de las vides, sin ir más lejos. Suspendidos a 700 kilómetros de altura sobre la superficie terrestre, los satélites tienen incorporadas cámaras capaces de tomar imágenes en color o en blanco y negro, así como dispositivos de infrarrojos y sensores que pueden medir diferentes parámetros importantes desde el punto de vista del cultivo de la vid.
Estos sistemas de teledetección dan a conocer las dosis de agua y fertilizantes más apropiadas en cada momento, y sus consejos pueden hacerse extensivos a grandes áreas de cultivo gracias al amplio espectro registrado. Se trata, por tanto, de una agricultura de precisión a gran escala, algo que ahorro no pocos costes a los grandes cultivadores.
De acuerdo con Javier Tardáguila, profesor de la Universidad de La Rioja, estos satélites captan imágenes hiperespectrales que muestran aspectos imperceptibles en una fotografía al uso, aspectos como el nivel de concentración de clorofila o la temperatura ambiental.
Uno de estos satélites es Prova-V, de la Agencia Espacial Europea (AEE), encargado de tomar continuamente imágenes relacionadas con el crecimiento de la vegetación en la Tierra. Como este, hay más satélites, puestos en órbita por empresas privadas que prestan este tipo de servicio a los agricultores. Todas ellos ofrecen una monitorización a gran escala del estado del cultivo. Estas herramientas deben complementarse, no obstante, con tecnologías que permitan recoger datos más detallados, como es el caso de drones o sensores instalados en tractores.
